El juego del cambio
El apretón de manos valió más que mil palabras. Una noche de marzo de 1963, dos basquetbolistas universitarios —uno negro y otro blanco— desafiaron el odio segregacionista y se estrecharon las manos, señalando la primera vez en la historia del estado de Mississippi en que su equipo de jugadores todos blancos enfrentaba a un equipo integrado racialmente. Para competir en el «juego del cambio» contra la Universidad Loyola de Chicago en un torneo nacional, el equipo de Mississippi evadió una orden que les impedía dejar su estado. Mientras tanto, los jugadores negros de Loyola habían soportado insultos racistas durante toda la temporada.
Reflejar su luz
Para captar la belleza de la luz reflejada en sus paisajes al óleo, Armand Cabrera trabaja con un principio clave: «La luz reflejada nunca es tan intensa como su luz de origen». Y afirma: «La luz reflejada pertenece a la sombra y, como tal, debe apoyar a las zonas iluminadas de tu pintura y no competir con ellas».
Nunca tarde
Al visitar un pequeño pueblo de África, mi pastor estadounidense se aseguró de llegar a tiempo a la reunión del domingo a las 10 de la mañana. Sin embargo, encontró que la humilde iglesia estaba vacía. Entonces, esperó… una hora… dos horas. Finalmente, como a las 12:30, cuando el pastor local llegó, seguido de algunos miembros del coro y un grupo de amigos del lugar, la reunión comenzó en «el cumplimiento del tiempo», como dijo después mi pastor. «El Espíritu nos dio la bienvenida, y Dios no llegó tarde». Aquella cultura tenía sus razones para ser diferente.
Tal como soy
La joven no podía dormir. Por padecer una discapacidad física, al día siguiente estaría en el centro de una venta benéfica en la iglesia para recibir donaciones para sus estudios universitarios. Pero no soy digna, razonaba Charlotte Elliott. Mientras daba vueltas en su cama, cuestionaba cada aspecto de su vida espiritual. Por la mañana, aún inquieta, tomó un papel y una pluma para escribir las palabras del ahora clásico himno «Tal como soy».
Grandes expectativas
Un ajetreado día antes de Navidad, una anciana se acercó al mostrador en la concurrida oficina de correo de mi vecindario. Observando su paso lento, el paciente empleado la saludó, diciendo: «¡Hola, jovencita!». Sus palabras eran amistosas, aunque algunos pudieron haber pensado que sonaban irónicas.
Escuchar a Cristo y no el caos
Después de mirar las noticias durante horas, el anciano se ponía agitado y ansioso… le preocupaba que el mundo se estuviera viniendo abajo. «Por favor, apaga eso», le rogaba su hija. Pero el hombre seguía metido en las redes sociales y otras fuentes de noticias.
Confiar en la previsión de Dios
Mientras conducíamos hacia un lugar desconocido, mi esposo notó que el GPS parecía de repente equivocado. Después de entrar en una gran autopista, se nos indicó salir y seguir por una «ruta lateral». Aunque no veía que los autos frenaran, Dan dijo: «Bueno, voy a confiar». Y unos 15 kilómetros después, el tránsito de la autopista estaba casi detenido. ¿El problema? Obras en construcción. ¿Y el camino lateral? Con poco tráfico, nos abrió paso hacia nuestro destino. «No podía ver adelante —agregó—, pero el GPS sí». Y coincidimos: «Igual que Dios».
Las aves del cielo
El sol estival estaba saliendo y mi risueña vecina, al verme frente a mi casa, me susurró que me acercara. «¿Qué pasa?», dije intrigada en voz baja. Señaló hacia el porche, donde había una pequeña taza de paja encima de un escalón. «El nido de un colibrí —susurró—. ¿Ves las crías?». Los dos picos, pequeños como alfileres, apenas se veían mientras apuntaban hacia arriba. «Están esperando a la mamá». Nos quedamos allí, maravilladas. Saqué el teléfono para tomar una foto. «No te acerques mucho —dijo ella—. Que la madre no se asuste». Y así, adoptamos, desde lejos, una familia de colibrís.
Agua viva
El ramo de flores venía de Ecuador. Cuando llegaron a mi casa, estaban caídas y tristes. Las instrucciones indicaban reavivarlas con agua fresca. Pero antes, había que recortar los cabos para que pudieran absorber el agua más fácilmente. ¿Sobrevivirían?
Aprender y amar
En una escuela primaria de Greenock, Escocia, tres maestras con licencia por maternidad llevaban a sus bebés a la escuela cada 15 días para interactuar con los alumnos. Jugar con bebés les enseña a los niños a tener empatía por otras personas. A menudo, los más receptivos son los alumnos «un poco complicados», como dijo una maestra. Al interactuar uno a uno, aprenden cuánto trabajo requiere cuidar a un niño y cómo son los sentimientos de los demás.